PICASSO Y EL TRISTE ARTISTA


Me gusta visitar la Casa-Museo que tiene Picasso en el barrio parisino de El Marais. Aparte de sus fondos fijos, sus salas ofrecen sorpresas de colecciones tan de agradecer como la muestra cronológica del medio centenar de bocetos que realizó el pintor de Málaga antes de llegar a plasmar lo que quería, definitivamente, en un lienzo.
Miraba una tarde un cuadro de su época azul -protegido éste por una gruesa transparencia- desde una posición cómoda: una escalera lateral que me permitía tener una visión constante a distintos niveles, y, absorto como estaba ante obras que imaginas que te hablan, noté que me tocaban en el hombro, por lo que tuve que apartarme un instante del encantamiento que disfrutaba. El individuo era un aficionado a la pintura de días festivos, especialista en paisajes en serie, todos iguales, como fotocopias y no cuadros, que, señalando el que teníamos delante, me confesó al oído, para que me enterara bien: «Eso que hay ahí lo hago yo en dos horas, no en balde tengo hasta una medalla y todo».
Por mi parte no hubo contestación, sino extrañeza porque un ser capaz de decir eso hubiera tenido la iniciativa de visitar la Casa-Museo de Picasso. Luego supe que formaba parte de una excursión y que había entrado allí lo mismo que podía haberlo hecho en las catacumbas de Perlot, caso de haberlo sugerido el guía.
No dije nada, absolutamente nada, ni con una mueca, pero recordé cuando otro artistazo por el estilo se asomó a la Capilla Sixtina en el tiempo en el que estuvo sembrada de andamios y sus pinturas brotaban de techos y paredes, y dijo a Miguel Ángel: «Yo también soy pintor».
A Picasso le preguntaron ante una de sus obras máximas: «¿Qué tiempo ha tardado en hacer esto?». Y respondió: «Tres mil años». Sintetizó en un trazo de palabras la Historia del Arte en 24 tomos, más prólogo, epílogo y notas.
«Lo que no se aprende de joven, se ignora de viejo». Es frase de un clásico, Casiodoro, que puede completarse con lo que decía Séneca: «Debes aprender mientras ignores, es decir, mientras vivas». Esa tarde en la Casa-Museo de El Marais no vi necesario responder más que con el silencio, deseando que el aplicado artista se alejara cuanto antes para poder seguir admirando en paz la obra de Picasso. Me pareció mejor no decirle nada porque a veces una respuesta no merece ni la saliva que pueda gastarse en ella. Lo propio es que el silencio allane y quede el tiempo como juez para poner a cada cuervo en su olivo.
Picasso, que declaraba haber tardado tres mil años en haber llegado a formar en su mente aquel cuadro, se recordará siempre, todos los siempres posibles. Sin embargo, el artistazo capaz de hacer idéntica obra en dos horas, ya habitaba permanentemente en el olvido.

© Manuel Garrido Palacios, del blog www.manuelgarridopalacios.blogspot.com